Las emociones y su relación con la salud

Escrito por  Dra. Isabel Alzina

emociones en la salud
Hace falta mucha salud. Hay tanto dolor y tanto sufrimiento a nuestro alrededor… Nuestro mundo está enfermo de miedo, de ira, de confort, de exceso de materialismo, de falta de espiritualidad, de falta de fe, de falta de carácter, de desconcierto… Nos hemos dado cuenta de que no podemos confiar nuestro bienestar a los sistemas económicos, médicos o políticos vigentes, que han perdido el rumbo. Afortunadamente nuevos descubrimientos abren posibilidades maravillosas.
Cuando cambiamos una creencia, toda la cultura de alrededor puede cambiar. Antes creíamos en la verdad de la Iglesia y cuando queríamos respuestas íbamos al hombre de la sotana negra. Ahora, cuando queremos respuestas vamos a la ciencia, al hombre de la sotana blanca. Antes adorábamos a los dioses de la naturaleza (animismo), después vinieron nuevas creencias politeístas y luego aparece un solo Dios en las religiones de libro; y ahora creemos en cosas más materialistas, es un materialismo científico que cree más en lo físico que en lo espiritual. Pero las cosas afortunadamente están cambiando, está ocurriendo algo sorprendente… De hecho, hoy puedo hablar aquí de este tema porque hay nuevas creencias.
Quisiera traer una idea que me ha parecido interesantísima y es la de «cultura creativa»: un grupo dentro de otro mayor que piensa diferente; cuando el número de personas de ese grupo que se distingue llega a la raíz cuadrada del 1 por ciento de esa población, serán las semillas que crearán una nueva civilización. Por ejemplo, si en Almería hay 200.000 habitantes, el 1% serían 2000. La raíz cuadrada de dos mil son 44,7. En esta ciudad bastaría con 45 personas con una idea diferente para cambiar a toda la ciudad.
Los médicos nos estamos dando cuenta, quitándonos la venda de los ojos racionalista y materialista de los últimos siglos, de que no se puede separar la psique del cuerpo. En la actualidad el mundo de nuestras ideas y sentimientos cobra cada vez más importancia en los diferentes campos de la salud.
¿Qué entendemos por salud? Un estado de bienestar físico, mental, espiritual y social y no solamente la carencia de enfermedades. El ser humano es un todo compuesto por varias partes: el cuerpo, la energía, las emociones, la mente y el espíritu, entendiendo este último no con una dimensión religiosa sino puramente humana.
¿Qué es la enfermedad? Es básicamente una falta de armonía entre las partes. Dado un todo que puede ser el universo, un planeta como la Tierra, un país como el nuestro, una sociedad, una familia, o una mujer, la enfermedad sería la oposición de las partes que componen el todo, algo que ha roto la armonía, o sea, que de alguna manera ha roto la direccionalidad del todo al que pertenece. Se trataría de una parte del todo que se ha rebelado contra el conjunto. A eso le llamamos enfermedad. Cuando tenemos un dolor en la rodilla, decimos que tenemos una enfermedad en la rodilla. ¿Por qué? Porque nuestra rodilla, en ese momento, no está respondiendo a las necesidades del conjunto.
El dolor nos afecta a todos en diferentes planos. Tenemos que entender que hay distintos niveles de dolor: el físico de esa rodilla o de un martillazo en el dedo no es igual al dolor psicológico (este último más difícil) que nos produciría una pérdida de un ser querido o el de no ser comprendidos. El dolor de no conocernos ni siquiera a nosotros mismos, de no saber por qué vivimos o qué decisión tomar en una encrucijada de las que está lleno el camino de la vida, pensar que no somos capaces de hacer algo, esa terrible voz que nos dice «no puedo» o la incomprensión de una injusticia.
Todo el desarrollo de nuestra vida está marcado por ciertos signos de dolor, de «no plenitud», el sufrimiento que nos produce la carencia de algo que buscamos. Es precisamente esa no plenitud lo que nos hace caminar, marchar, andar y andar por la vida buscando conquistar nuestros anhelos. Por lo tanto, el dolor en sí no es malo; podría decir incluso que es bueno, aunque nos cueste tanto aceptarlo y lo único que queramos es quitárnoslo de encima cuanto antes. Lo malo, lo que nos enferma, es la actitud negativa con la que afrontamos ese dolor.
Por ello, deducimos que para mantener o recuperar la salud va a ser necesario un cambio de perspectiva: entender el dolor, las situaciones difíciles que se nos presentan, así como la enfermedad, como un maestro que nos está indicando que tenemos que corregir, o al menos revisar, nuestros puntos de vista. Es una oportunidad para equilibrarnos, para conquistar la salud, a nivel físico, emocional, mental y espiritual. Digamos brevemente que la enfermedad, tan cruel en apariencia, en sí misma es beneficiosa y para nuestro bien y, si se interpreta correctamente, nos dirigirá a nuestros errores esenciales. Si es correctamente tratada, será el medio por el que eliminaremos nuestros errores y estaremos mucho mejor que antes. El sufrimiento es un correctivo para indicar una lección que no hemos logrado comprender por otro medio, y nunca se podrá erradicar hasta que se aprenda la lección.

¿Podemos manejar nuestras emociones, nuestro mundo psicológico?

¿Realmente puedo controlar mi mente? Absolutamente sí. El filósofo Jorge Ángel Livraga decía que no hay imposibles sino imposibilitados, que son aquellos que se engañan creyendo que no pueden. Podemos perfectamente cerrar los ojos y visualizar la imagen que queramos. Hay estudios que revelan que cuando imaginamos algo, se genera la misma respuesta desde el cerebro al organismo que cuando lo vemos o sentimos en la realidad. Si no, prueben a imaginar que se comen un limón y miren el tiempo que tarda su boca en empezar a salivar. Esto puede sernos tremendamente útil en muchos momentos de nuestra vida. Para mí siempre lo ha sido y les invito a imaginar cosas hermosas siempre que pasen por un mal momento de ansiedad, de tristeza, de ira…
Para conocer algo siempre es interesante saber cuál es su etimología, de dónde viene la palabra emoción : como tantas otras, viene del latín emotio , emotionis , que provienen del verbo emovere . Este verbo se forma sobre movere , «movimiento», y el prefijo e , «de» o «desde». Sería «hacer mover». Nuestras emociones son un motor. Y si ese motor se rompe, no nos movemos, y si no nos movemos, enfermamos. Porque la vida es movimiento. La emoción moviliza y la razón guía: «La mente crea el puente, pero es el corazón quien lo cruza» (Nisargadatta, hinduista).
Un 70% de las enfermedades del ser humano vienen del campo de conciencia emocional.
Hoy y siempre, las emociones, su control o descontrol es algo que ha preocupado al ser humano. Es nuestro caballo de batalla más terrible y diario, casi constante… Los sentimientos nos acompañan siempre. Aparecen siempre en el origen de nuestro actuar, en forma de deseos, ilusiones, esperanzas o temores. Nos acompañan luego durante nuestros actos, produciendo placer, disgusto, diversión o aburrimiento. Y surgen también cuando los hemos concluido, haciendo que nos invadan sentimientos de satisfacción, tristeza, ánimo, remordimiento o angustia.
Tengamos en cuenta que las emociones son de corta duración, somáticas autonómicas. Se puede comprender que las emociones son reacciones adaptativas subjetivas, que conllevan un estado afectivo (me siento bien, regular o mal), en el cual se experimentan cambios fisiológicos, es decir, en las funciones de nuestro cuerpo, que en dependencia del grado y la magnitud del estímulo que las desencadena, podrían desembocar en una enfermedad aguda o crónica. Y en el mejor de los casos, a la salud o la curación. En la vida todo es maravillosamente dual.

¿De qué manera influyen nuestras emociones en la salud?

Cada vez son más los especialistas que relacionan de manera seria y metodológica los estados de enfermedad con la incorrecta gestión de las emociones o impactos psicológicos.
Para hablar de ello me voy a apoyar en algunos extraordinarios descubrimientos actuales:
Psiconeuroinmunoendocrinoecología (Dr. Jorge Carvajal): nace en los años 70-80. Es el estudio de las interrelaciones mente-cuerpo y sus implicaciones clínicas.
En medicina comienza a suceder lo mismo que pasaba en el campo de la física. En el campo de la física comenzamos a multiplicar las partículas, después empezamos a buscar la partícula elemental y nos vamos detrás de eso hasta el momento en el que descubrimos que no hay partículas, que simplemente hay campos, hay una concentración de líneas de campo, y a esa concentración nodal de las líneas de campos lo llamamos partícula. Esa es una partícula para el observador, es decir, la vemos como una partícula pero no es una partícula, sino un proceso. En el universo no hay partes, hay procesos de una corriente única que se va diversificando. Es así como los físicos conciben el mundo. Antes los físicos veían el mundo y unos describían la mecánica, otros la cuántica, otros la relatividad, otros las leyes del electromagnetismo. Es como un gran pez; entonces, unos miraban los ojos y describían: el mundo es un ojo, es un aparato para procesar la luz, para almacenar la luz.
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Otros miraban las aletas y decían: no, el mundo es un fenómeno físico, mecánico, es una especie de remo para mover el agua. Otros, los poetas, se entretenían en las escamas de los peces, las veían brillar y se imaginaban algo así como reflejos de sol que se iban moviendo. Pero alguien se remonta más allá y ve a todos los observadores mirando las pequeñas partes y dice: ¡pero eso es un pez!
Hay que unir otra vez las aletas con las escamas, con los ojos, con el agua, con el nadar, y hay que darle un sentido, un objetivo. Hay que volver a una medicina integrativa. Afortunadamente ahora realmente la tendencia de toda la ciencia y de la evolución es volver a juntar aquello que habíamos dividido para poderlo comprender, porque si no, lo entendemos intelectualmente, pero no lo vamos a comprender en su sentido. Para la psico-neuro-inmuno-endocrino-ecología el sentido es aprendizaje, todos nuestros sistemas son estrategias de aprendizaje, pero son estrategias integradas. Nada ocurre en el cerebro sin que ocurra también en el riñón y en la última de las células del cuerpo. Nada ocurre en mi pensamiento sin que ocurra simultáneamente en mi fisiología. Nada ocurre en mi relación sin que ocurra en mi genoma y en los núcleos atómicos (Dr.Carvajal).
El Dr. Hamer (internista, oncólogo y radiólogo), con su trabajo en los años 80, descubrió que cada enfermedad se origina por un choque o trauma que nos toma completamente por sorpresa. En el momento en que el conflicto inesperado ocurre, el choque impacta en un área específica en el cerebro, causando una lesión (más tarde llamada Foco de Hamer), visible en un escáner cerebral como un grupo de anillos concéntricos nítidos. Las células cerebrales que reciben el impacto envían una señal bioquímica a las células del cuerpo correspondientes, provocando el crecimiento de un tumor, la necrosis de un tejido o la pérdida funcional, dependiendo de qué capa del cerebro recibe el choque.
Hamer ha sido capaz de confirmar sus descubrimientos con más de 40.000 estudios de casos. El resultado de este trabajo científico es la creación de un diagrama «psique-cerebro-órgano» que señala la enfermedad, el contenido del conflicto biológico que la causa, el sitio en el escáner cerebral donde la lesión correspondiente puede ser observada. Al método que investiga la causa psicológica de las enfermedades se llama descodificación , que hoy en día tiene muchísimos seguidores.
Dethlefsen y Dahlke, "La enfermedad como camino" , partiendo de Jung comienzan una divulgación pública de la influencia de la psique en las patologías físicas.
Son cada vez más los estudios que muestran la relación entre los pensamientos y las emociones en la biología (Bruce Lipton, epigenética, 2009). Las células, el código genético, incluso los neurotransmisores se ven continuamente influenciados por nuestros pensamientos y creencias, que no dejan de ser energía medible, vibraciones y ondas que interactúan con la materia y moléculas de nuestro cuerpo (Rupert Sheldrake, 2002). Una creencia es una percepción o un pensamiento que hace que la química pase del cerebro a la sangre. Una creencia positiva causa un crecimiento sano, y la negativa apaga el crecimiento. Así, cuando cambias la creencia cambias la química en tu sangre, que controla la genética y el comportamiento.
Hay suficientes evidencias científicas para afirmar que el determinismo genético (somos la consecuencia de nuestro código genético) no es real, sino que el entorno celular es también crucial. No hay suficientes genes para explicar la complejidad de la vida o de las enfermedades humanas. Ya no puede admitirse el axioma de la biología evolutiva de un gen, o una proteína, y hay que considerar otras opciones acerca de los mecanismos de control de la vida. Un ratón tiene el mismo número de genes que el ser humano y su contraparte ratuna de cada uno de ellos…
En la última década, el desarrollo de la epigenética («control sobre la genética») está cambiando la visión sobre la vida. Se ha descubierto la gran importancia que tienen las proteínas que recubren el ADN, como si fuera una manga de camisa recubriendo el brazo. Mientras estas proteínas recubren el ADN no pueden decodificarse los genes. Y son las señales externas, ambientales, las que inciden sobre estas proteínas, modificando su estructura espacial y separándose del fragmento de ADN que, al descubierto, sí puede leerse. El entorno controla el ADN. Se ha descubierto también que las influencias ambientales, entre las que se encuentran la nutrición, el estrés o los sentimientos, pueden llegar a modificar la lectura de un gen sin modificar ese gen, a través de las proteínas reguladoras. La influencia del entorno puede llegar a dar lugar a más de dos mil variantes de proteínas a partir de un mismo molde génico.
El verdadero cerebro que controla la vida celular es la membrana, que está constituida por una doble capa de fosfolípidos. La función de la membrana de interactuar de «forma inteligente» con su entorno para generar una respuesta, la convierte en el verdadero cerebro de la célula.
La capacidad de interacción de la célula con el exterior a través de la membrana se produce gracias a un conjunto variadísimo de Proteínas Integrales de Membrana (PIM), que son sensibles a multitud de señales, internas y externas.
A la luz de estos descubrimientos, la medicina psicosomática trata de llevar la atención del paciente hacia la problemática emocional que originó el bloqueo de energía psíquica, para que esta vuelva a fluir con normalidad, y así el cuerpo físico, que refleja en el mundo material las tensiones psíquicas, recupere su salud.
Lo psicosomático en las enfermedades y la salud ya está descubierto y constatado por la física, las neurociencias y la biología.
Del simple pensar a la atención consciente: entrevista a Enrique Martínez Lozano
Por  Héctor Gil


Enrique Martínez Lozano (Teruel, 1950) es psicoterapeuta, sociólogo y teólogo. Animador de encuentros y retiros, conferenciante y autor de varios libros, se halla comprometido en la tarea de articular psicología y espiritualidad, abriendo nuevas perspectivas que favorezcan el crecimiento integral de la persona. Su trabajo asume y desarrolla la teoría transpersonal y el modelo no-dual de cognición.

Enrique Martín Lozano tiene el don de articular psicología y espiritualidad de un modo sencillo, a la vez que profundo y eficaz, potenciando el crecimiento personal y la experiencia de la más genuina espiritualidad, desde la atención a nuestro peculiar momento de transformación cultural.
¿Quién es Enrique Martínez Lozano?
Soy –somos, porque el sujeto de ese «soy» no es el yo particular– el Ser (la Consciencia, la Vida), eso inefable, permanente e inalterado que constituye el «fondo» de todo lo que es y que se «disfraza» temporalmente en esta «forma». Si me pienso, me percibo como una persona; si, acallada la mente, atiendo, me descubro Ser.


¿Qué le llevó a verse de ese modo?
Lo que se hizo presente en un «instante» me abrió los ojos para reconocerme en las expresiones utilizadas por Jesús: « Yo soy la vida » (en el Evangelio de Juan) y « Yo soy todas las cosas » (en el Evangelio apócrifo de Tomás). De aquello me queda una certeza innegable. Sin embargo, con frecuencia vuelvo a quedar atrapado en el mundo de la forma –de la persona o del ego–, en el «estado mental» o hipnótico que me hace creer que las cosas son como la mente las ve; desconecto de lo que realmente soy (somos) y me confundo con el yo que creo ser. Ahí me encuentro, entre la certeza de plenitud y los efectos prácticos de la hipnosis mental

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¿Por qué estudió teología y por qué dejó los hábitos?
Estudié teología y pedí ser ordenado sacerdote porque, a los veinte años, sentí que el mensaje de Jesús de Nazaret –el Evangelio– y su propia persona llenaban mi vida de sentido. Y dejé el ministerio porque, sin haberlo elegido, me vi conducido a una espiritualidad trans-religiosa (trans-confesional), y ya no podía transmitir el mensaje de la Iglesia en su literalidad.

¿Cómo empezó en el campo de la ayuda y cuáles son sus influencias en psicología?
Siempre sentí vocación hacia la ayuda personal. Se materializó a partir de mi propio trabajo psicoterapéutico. Y reconozco el influjo del psicoanálisis, la psicología humanista y la psicología transpersonal.


¿Es necesaria la psicoterapia, o integración del yo, para gozar de una espiritualidad sana y eficaz?
Sin autoconocimiento experiencial, que implica trabajar en la integración psicológica, lo más probable es que el llamado «camino espiritual» se vea boicoteado por problemas psicológicos no conocidos, no aceptados y no trabajados. Desde mi experiencia, he comprobado que el descuido del trabajo psicológico se convierte en una fuente de trampas, con frecuencia inconscientes, pero siempre dañinas.


¿En qué habría que centrar el trabajo psicológico?
En todo aquello que favorezca la integración armoniosa de la personalidad. De modo sintético, lo plantearía de esta manera: la persona, además de los límites inherentes a su forma, suele arrastrar alguna herida emocional, a consecuencia de la cual ha quedado atrapada en miedos no resueltos y en necesidades tiránicas. Si esto no se afronta adecuadamente, será inevitable que viva a merced de ellos, lo cual significa girar en torno al ego –no olvidemos que lo que llamamos «yo» es un haz de miedos y necesidades–, y eso mismo constituirá un obstáculo insalvable para avanzar en el camino espiritual, que consiste justamente en desidentificarse del yo.


¿A qué nos referimos con « trascender el yo » ?
Lo que llamamos «yo» es un éxito notable del proceso evolutivo pero, si lo absolutizamos, considerando que es el culmen o la meta de la evolución, puede constituir un obstáculo en aquel mismo proceso. El «yo» es una creación de la mente; trascender el yo significa reconocer que la mente es solo una herramienta a nuestro servicio, pero nunca nuestra identidad. Esa comprensión opera el paso del «estado mental» a lo que podríamos denominar «estado de presencia»: tengo mente, pero no soy la mente (el yo), sino la Presencia en la que el yo, como un objeto, aparece.

¿Es posible una espiritualidad laica, atea o agnóstica? ¿Qué es la espiritualidad trans-religiosa?
No solo es posible, sino deseable. Porque la espiritualidad no se halla directamente conectada con la religión, sino con lo humano. La espiritualidad es la dimensión de profundidad; no tiene que ver con las creencias, sino con la comprensión de quiénes somos. Y esa comprensión no viene de la mente –incapaz de conducirnos más allá de sí misma–, sino del silencio.


¿Qué papel tienen el silencio y la meditación en esa vía?
Silencio no es mutismo, sino acallamiento de la mente y del ego. O, dicho con más rigor, no-identificación con ellos. En ese sentido, es indispensable para comprender experiencialmente quiénes somos y qué es lo real. Porque, si no se silencia la mente, solo tendremos «interpretaciones» de lo real (construcciones mentales). Es el silencio de la mente lo que nos permite trascenderla, es decir, ver más allá de ella. Gracias al silencio, dejamos de tomarnos por lo que no somos (el yo) y entramos en conexión consciente con lo que realmente somos. La práctica meditativa busca eso: ejercitarse en acallar la mente para vivir en la atención.


Se trata, por tanto, de un camino de atención…
Exactamente. Es justo ahí donde me parece que reside la clave de la sabiduría: en pasar del pensar al atender. El pensamiento es la herramienta del modelo mental de conocer; la atención lo es en el modelo no-dual. El silencio significa dar ese paso. Y la sabiduría implica vivir en la atención (presencia) y, desde ahí, utilizar la mente. Podría decirse que la identificación con la mente nos introduce en un estado hipnótico, en el que tomamos como real lo que solo es una construcción mental. El silencio, al acallar la mente, deshace aquel efecto hipnótico y nos abre a la verdad, más allá de las trampas del ego.


¿Cuál es el guion del ego?
Es un guion simple de formular: los demás están ahí para complacerme, y la realidad tiene que ser como yo deseo . Por eso, cuando el guion no se cumple, el ego siente una frustración difícil de gestionar. A partir de aquel guion, se rige por la ley del apego y la aversión: aferrarse a lo que le gusta y rechazar lo que le desagrada. Y todo ello se resume en una sola palabra: egocentración , que psicológicamente se correspondería con el narcisismo, en la conjugación constante del «yo», «mi», «me», «conmigo».


¿Cómo podemos aprender ese «quién soy yo»?
Tal vez sea necesario empezar por desaprender . O aprender lo que no somos . En cuanto me pongo a ello, descubro que no soy nada que pueda nombrar ni pensar, porque tanto lo nombrado como lo pensado son solo objetos mentales, que puedo observar. Pero no soy nada que pueda ser observado –eso sería solo un objeto que percibo–, sino Eso que observa. No soy ningún contenido de la consciencia, sino la consciencia en la que aparecen –que se expresa en– todos los contenidos. Soy Eso que no puede ser pensado, aunque lo perciba de un modo inmediato y autoevidente.


¿Hay alguna «pauta» inicial?
Se puede empezar por algo parecido a esto –todo lo que se proponga serán solo posibles «puertas de entrada»–: « Cuando no pones pensamiento, ¿qué queda? ». Indaga. Si atiendes –desde el no-pensamiento–, percibirás por ti mismo que no eres «algo» –que sería siempre un objeto para ti–, sino una pura Presencia que escapa al pensamiento y a la palabra. Es esa Presencia la que es consciente, la que tiene una percepción inmediata y evidente de que, sencillamente, es. Eso –el único Sujeto–, y no cualquier objeto con el que nuestra mente nos había identificado, es lo que realmente somos. El «yo» ha quedado muy atrás.
Por resumirlo aún más, te diría que no hace falta saber qué eres; si lo tomas en serio, basta saber que eres . Todo lo que puedes observar es impermanente, aparece y desaparece, va y viene; sin embargo, detrás de todo ello, está Eso que permanece, como fondo inalterable, que sabe que es , pura Presencia o Consciencia de ser. Lo Real no cambia, y lo que cambia no es real.
Cuando hablas de la «autonomía espiritual» pareces hablar como los filósofos estoicos, Epicteto, Marco Aurelio… ¿De qué otras fuentes filosóficas has bebido?
Básicamente, del misticismo cristiano, empezando por el cuarto Evangelio y, en concreto, las palabras que pone en boca de Jesús. De un modo más concreto, la «matriz» de mi camino contemplativo fue un clásico anónimo del siglo XIV, autor de « La nube del no saber ». Y, con él, los místicos renanos y los españoles, sobre todo Juan de la Cruz, Teresa de Jesús y Miguel de Molinos. De otras tradiciones, me ha enriquecido de manera especial el Vedanta advaita.


¿Cómo podemos entender que «Todo es Yo» y que los demás son nuestros espejos?
Todo es Yo –ahora con mayúsculas, porque no se trata de ningún «yo particular»– significa algo tan sencillo como que lo Real –el Ser, la Consciencia, la Vida…– es uno. Las formas son solo «disfraces» de Eso . Decía antes que lo que somos puede ser nombrado como «Presencia». Pero no existen muchas «presencias», sino una y la misma que alienta en todos. La nuestra, por tanto, es una identidad compartida. Desde esta comprensión, es claro que todo constituye un «juego de espejos»: lo Real –que somos– se refleja en todo lo que percibimos.

¿Qué opinas de la crisis del mundo actual y hacia dónde crees que vamos?
No sé hacia dónde vamos. Aunque sé que, paradójicamente, la consciencia no va a ninguna parte . Ya estamos –siempre hemos estado– «en casa», aunque se tenga la sensación psicológica de hallarnos «lejos». La mente nos piensa como carencia que necesita ser completada por «algo» de «fuera». La realidad es que somos plenitud desplegándose en esta representación. Tal como lo veo, el futuro de las formas –si hablamos así– dependerá de la comprensión que pueda darse en nosotros. Como se dice habitualmente, el futuro de la humanidad depende de la transformación de la consciencia . Porque solo la comprensión nos libera del engaño de las falsas identificaciones y nos abre a la compasión más genuina.


¿Crees que se puede articular un verdadero entendimiento entre la ciencia y la espiritualidad? ¿Cómo?
No solo lo creo, sino que está siendo cada vez más patente. No digo que la ciencia venga a «probar» la verdad de la espiritualidad –se trata de saberes diferentes y no me parece intelectualmente honesto ni riguroso instrumentalizar a uno al servicio del otro–, sino que las conclusiones a las que va llegando la ciencia –sobre todo, la física cuántica pero también, aunque quizás a más largo plazo, las neurociencias– aparecen como totalmente convergentes con lo que afirma la espiritualidad. Esa convergencia me resulta altamente significativa.


Muchas gracias, Enrique; ¿cuáles son tus próximos proyectos?
Ahora me encuentro embarcado –no puedo no escribir– en la elaboración de próximos libros: uno sencillo –titulado Presencia – que me han pedido para una nueva colección; otro que estoy viviendo apasionadamente sobre Metáforas de la no-dualidad ; y un tercero, para más adelante, en el que llevo ya varios años trabajando, y en el que quiero hacer una lectura simbólica (espiritual) del Evangelio de Juan, mostrando lo que en la vivencia no-dual es evidente: ese texto –como cualquier texto genuinamente espiritual– nos lee a nosotros, nos está diciendo lo que somos todos.
Por lo demás, sigo ofreciendo encuentros de fines de semana y talleres de meditación. A través de todo ello, sencillamente «me dejo decir». Y aunque sé bien que las palabras son radicalmente incapaces de nombrar lo que somos, pueden, sin embargo, provocar un «clic» que permita a alguien reconocer en sí lo que ya es.

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